Conversaciones en el FORO GOGOA
Montserrat Escribano Teóloga y filósofa
En su conferencia sobre “El lugar e importancia de las últimas y los últimos en una iglesia sinodal” alertó sobre la globalización de la indiferencia que sostiene un estilo de vida excluyente
Trini Díaz
24·12·24 | 09:30
Montserrat Escribano Iñaki Porto
Nos encontramos en un momento decisivo y apasionante para la Iglesia, marcado por el camino sinodal y los desafíos de una época en plena transformación. Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco ha señalado su anhelo de una iglesia “pobre y para los pobres”. No obstante, este horizonte de esperanza, centrado en las pobrezas y en las personas más vulnerables, se enfrenta a importantes obstáculos que, a veces, hacen que su realización parezca utópica o incluso inalcanzable. En este contexto, Montserrat Escribano, teóloga y filósofa, subrayó en el Foro Gogoa que “el evangelio nos sigue lanzando un reto radical e ineludible: caminar desde la perspectiva de los últimos y las últimas, en una sociedad que frecuentemente muestra indiferencia ante el sufrimiento ajeno”. Un desafío que, según explicó, “no puede desvincularse de la creciente urgencia ecosocial provocada por el cambio climático”.
¿Qué significa “ser última” en el contexto de una iglesia sinodal?
–El concepto de “ser último” o “estar en lo último” se refiere a aquellas personas y situaciones que son marginadas y olvidadas en la sociedad. En este sentido, debemos seguir pensando en las ultimidades, en los sistemas sociales de descarte y en una sociedad que, a menudo, es indiferente frente al dolor ajeno. La reflexión sobre estas cuestiones nos lleva a buscar si el evangelio, leído en el tiempo sinodal en el que está inserta la iglesia católica en estos momentos, puede aportar esperanza, consuelo y alegría a quienes están en las periferias de nuestra comunidad.
¿Qué frenos enfrenta la Iglesia al intentar poner las pobrezas en el centro de su misión?
–Son muchas las precauciones que tenemos, las dinámicas eclesiales aceptadas, de una iglesia envejecida y poco significativa culturalmente. Somos una iglesia que ha perdido su legitimidad (excepto Cáritas). Tenemos también el grave problema de los abusos, que no es una cuestión de unos cuantos sacerdotes que nos supieron qué hacer con su sexualidad o que eran unos “pervertidos”, es algo mucho más sistémico. Todo esto pone en evidencia cómo son las estructuras eclesiales, cómo se da esa cadena de favores que crea aún más clericalismo (el cáncer de la Iglesia, según Francisco) y que ayuda a esa cultura del descarte y la indiferencia.
¿Qué cambios son imprescindibles en las estructuras eclesiales?
–Necesitamos un cambio profundo, especialmente en el clero y en el derecho canónico. No podemos seguir operando bajo las mismas normas que han regido la Iglesia durante siglos. La sinodalidad requiere un empoderamiento real de los laicos y una revisión crítica de cómo se toman las decisiones. Esto implica que las mujeres y otros grupos históricamente marginados tengan voz y voto en los procesos eclesiales. Si no hacemos estos cambios, corremos el riesgo de quedarnos estancados en viejas dinámicas que no reflejan la realidad actual de nuestra sociedad.
¿De qué manera puede el camino sinodal convertirse en un motor de transformación?
–El camino sinodal es una oportunidad para repensar cómo nos organizamos y cómo tomamos decisiones dentro de la Iglesia. Este proceso no debe ser visto como un mero trámite, sino como un espacio donde todas las voces sean escuchadas y valoradas. Debemos reunirnos en círculos, no en filas jerárquicas, para fomentar un diálogo auténtico. Esto implica un cambio de mentalidad y estructura, donde la participación de todos, especialmente de las mujeres y grupos marginados, sea prioritaria. La sinodalidad nos invita a cuestionar nuestras prácticas y a construir una Iglesia más inclusiva y equitativa.
Hace una invitación a leer los signos de los tiempos, pero ¿cómo ir más allá de los focos que solo captan la atención mediática?
–No puede hacerse sin detenernos, dedicar tiempo y afinar los sentidos; es decir, hay que cambiar registros, ponerse en otras frecuencias. La tarea de entender lo que ocurre está siendo más complicada debido a un mundo en aceleración permanente, de crecimiento exponencial y de avances tecnológicos que se suceden de modo continuado y al que asistimos desde nuestras “pantallas siempre conectadas”, como dice Remedios Zafra. Informarnos y comprender lo que sucede no resulta una tarea nada sencilla. Creo que detenerse es una de las cuestiones más revolucionarias y para ello hay que dedicar tiempo a lo importante y afinar los sentidos.
¿Cuáles son las dimensiones claves para interpretarlos?
–Propongo dos. La primera es comprender qué nos dice la realidad actual. El ser humano aún sigue anhelando y necesitando la verdad. ¿Qué ha pasado en Valencia? Una de las urgencias, sin duda, es retirar el lodo, que la gente coma y pueda tener donde alojarse, eso es urgente, pero comprender por qué no se avisó a tiempo y el desamparo que vivió la población eso es necesario. La segunda dimensión se centra en lo que está sucediendo en la Iglesia, y cómo la fe puede seguir impulsando el seguimiento de Jesús. Ambas dimensiones son interdependientes y nos invitan a una reflexión profunda sobre nuestras vidas y nuestras comunidades.
¿Qué caracteriza el cambio de época que vivimos?
–Hemos dado un salto desde una cultura en la que el capital era importante a otra en la que la especulación financiera hace negocio de los alimentos, los recursos, el propio capital, pero también de cualquier parcela de la vida humana. Nuestros cuerpos tienen precio (el de las mujeres siempre lo han tenido), pero ahora buena parte del capitalismo se basa en comercializar nuestro comportamiento digital a través de los datos que producimos, es decir, valemos por los datos que podemos aportar a una economía de la vigilancia como dice la socióloga Shoshana Zuboff.
¿Los valores democráticos están en peligro?
–Cuando nuestros datos son extraídos, vendidos y dejan de pertenecernos se debilitan las instituciones y la democracia pues hace que el control esté en manos de estas nuevas formas de control. Al mismo tiempo, estas mega compañías se encargan también de influir en nuestro comportamiento colectivo valiéndose de los contenidos informativos que vuelcan y que muchas veces crean distorsión, desconcierto o generan bulos. El desconcierto genera a nivel global descontento y desafección por la vida política, por las instituciones públicas y las posibilidades democráticas de vida común. Ya saben el dicho: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.
En su opinión, ¿cómo afecta la monetización de la vida a las dinámicas de exclusión social?
–La financiarización de la vida y la tecnocratización nos han llevado a una cultura donde la especulación financiera y la comercialización de la existencia humana se han vuelto predominantes. Esto crea un entorno en el que las últimas y últimos son aún más vulnerables y despojadas de su dignidad.
¿Está cambiando nuestra forma de relacionarnos?
–Esta monetización de los bienes comunes y de la vida (humana y no-humana) es posible gracias al gran desarrollo tecnológico que está transformando nuestros modos de relacionarnos y de interactuar, y que incide en el resto de los ámbitos humanos, pues está transformando parte de nuestros valores. No podemos estar en contra de la tecnología, pero sí cuestionar el modelo en el que nos hemos instalado, que nos hace soñar con un tecnomesianismo en el que el desarrollo tecnológico hará posible eliminar la vulnerabilidad humana, eso sí, para unos pocos.
¿Qué impacto tienen las fronteras y las políticas migratorias en el concepto de ultimidad?
–Las fronteras son un espacio que hay que atravesar y que te convierte en legal o ilegal, y muchas veces se exige a las personas migrantes más documentación que a bienes materiales. Las fronteras reflejan una falta de empatía y humanidad hacia quienes buscan una vida mejor. Analizar las fronteras es caer en la cuenta de dónde se están invirtiendo las grandes partidas presupuestarias de los Gobiernos: militarización, securitización y en nuevas tecnologías de vigilancia. El mercado se está exhibiendo en directo en la Guerra de Gaza.
¿Cómo se manifiestan las dinámicas de indiferencia en nuestra sociedad?
–Aumentando la distancia física y psíquica entre nuestros actos y sus consecuencias. Los dilemas y los problemas morales tienen menor presencia y las oportunidades para realizar un examen de conciencia se diluyen. Esto provoca que nuestra responsabilidad moral sea menos consciente y quede adormecida, es más sencillo buscar justificaciones. El resultado es que el aumento de la distancia genera irresponsabilidad. El que vivamos de una manera cada vez más separada, más distante, nos lleva a negar la posibilidad de la esperanza creyente.
¿Cómo afecta la “cultura del descarte” a la dignidad humana?
–Las políticas globales que expulsan y descartan nos han llevado a lo que el papa Francisco denomina la “cultura del descarte”, que está en nuestra conciencia y el modo de entender la vida. Pero esta cultura reafirma la expulsión, niega la dignidad, los derechos y el reconocimiento de la humanidad a todas aquellas personas que son vistas como “sobrantes”.
¿En qué fuentes bebe la cultura del descarte?
–Para que se sostenga se hacen imprescindibles ingredientes sociales como el miedo, la sensación de inseguridad, la necesidad de marcar distancias mediante el culto al éxito social (no vinculación), mantener la indiferencia moral (ausencia de responsabilidad) y negar que haya alternativas o posibilidades para la esperanza.
¿Cómo se entrelazan la ecología y la pobreza en el contexto actual?
–Cuando hablamos de pobreza ecológica, nos referimos a cómo el cambio climático y la degradación ambiental afectan a poblaciones enteras, especialmente a las más vulnerables. La encíclica Laudato si nos invita a entender que no podemos ver el mundo desde una perspectiva androcéntrica, sino desde una perspectiva ecológica. Esto significa que somos parte de un sistema interconectado donde nuestras acciones impactan a todo lo que nos rodea. La crisis que enfrentamos no es solo ecológica, sino ecosocial y cultural, y debemos reconocer que lo que sucede en un lugar, como las inundaciones en Valencia, es parte de un patrón global que afecta a todos.
¿Qué papel esencial pueden desempeñar la juventud en la promoción de una conciencia ecológica dentro de la Iglesia?
–La participación activa de jóvenes puede revitalizar a la Iglesia y ayudar a que se convierta en un agente de cambio real en la lucha por la justicia social y ambiental. Al involucrar a la juventud, también les damos un sentido de pertenencia y propósito dentro de la comunidad eclesial.
¿Cómo pueden las mujeres contribuir a la revitalización de la Iglesia?
–Tienen un papel crucial en la revitalización de la Iglesia. Históricamente, han sido pilares de la comunidad eclesial, y su participación activa es esencial para construir una Iglesia más equitativa. La sinodalidad ofrece un espacio para que las voces femeninas sean escuchadas y valoradas. Necesitamos reconocer y empoderar a las mujeres en roles de liderazgo, no solo en la vida parroquial, sino también en las decisiones eclesiales más amplias. Su perspectiva y experiencia son fundamentales para abordar los desafíos contemporáneos de la Iglesia.
¿Cuál es su visión sobre el futuro de la Iglesia?
–Tengo una gran esperanza en su futuro. A pesar de los desafíos y las sombras que enfrentamos, el camino sinodal representa una revitalización importante. Es una oportunidad para que la Iglesia se transforme y se adapte a las realidades del mundo contemporáneo. Si logramos integrar la ecología y la justicia social en nuestra misión, podemos construir una comunidad más inclusiva y amorosa. La historia de la Iglesia ha estado marcada por la resistencia y la adaptación, y creo que estamos en un momento crucial para avanzar hacia un futuro donde especialmente las personas más vulnerables, sean escuchadas y valoradas.
¿De qué manera la Navidad puede fortalecer nuestro compromiso con la justicia social?
–Si lo pensamos bien la Navidad no es un tiempo “bonito” para estar jugando con los nietos y comer polvorones, que también. El sentido creyente que tiene es el de acoger a Dios que se hace humanidad para hacerlo todo nuevo. Esto poco tiene que ver con la celebración encantadora y glamurosa que propone el capital. La iluminación la ponemos porque teológicamente decimos que Jesús es la luz del mundo, lo que significa que viene a iluminar lo que estaba en sombra de muerte. Ahí reside el potencial salvífico del evangelio.
¿Cómo podemos vivir una Navidad que opte por el pobre?
–Hay que estar atentos, dejar sitio, atrevernos al cambio. Hay que convertir la mirada, el corazón, todo nuestro ser hacia las periferias. Es necesario ponernos en “modo ultimidad”. Las palabras y las acciones de Jesús interrumpen su tiempo y nos pide que hoy nos atrevamos a interrumpir también el nuestro. Nuestra tarea es buscar el grito que resuena en el sufrimiento de los demás y responder a la pregunta: “¿Dónde está tu hermano?” Esta respuesta debe ser vivida y practicada en nuestras comunidades, reconociendo que todos y todas tenemos un papel en la construcción de un mundo más justo y compasivo.