“Las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las reales”

Trini Díaz, 29 de octubre de 2023

Imagen de Neus Tomás antes de impartir la charla organizada por el Foro Gogoa. PATXI CASCANTE

Abrió el curso del Foro Gogoa con una conferencia sobre “La verdad mediática y el auge de los movimientos ultras”, un asunto que “no sólo debería preocuparnos, sino también ocuparnos mucho más”, subrayó la periodista catalana.

En los últimos años, los movimientos populistas y de extrema derecha han ganado presencia en todo el mundo. En este giro a la derecha, Neus Tomàs tiene claro que si no sabemos reconocerlos “difícilmente se podrá informar correctamente sobre ellos y combatirlos social y políticamente”. En la inauguración del curso del Foro Gogoa fue desmenuzando las trampas que caracterizan la nueva versión de los movimientos fascistas, que están imponiendo su marco ideológico y mediático a golpe de click en las redes sociales. Considera que “España ya es como Francia o Italia, porque tiene su partido de extrema derecha en las instituciones. Muchos de sus integrantes son nostálgicos del franquismo que no se esconden y presumen de erigirse en azote del feminismo y la migración. Pero, sobre todo y por encima de todo, defienden una concepción rancia y excluyente de España”.

Los movimientos de extrema derecha ¿son una vuelta al fascismo?

Umberto Eco denomina a estos movimientos como ur-fascismo porque es una forma de pensar que tiene elementos en común con los totalitarismos surgidos tras la primera Guerra Mundial pero otros son diferentes, además de evidentemente adaptados a los nuevos tiempos. Sería algo así como el fascismo eterno.

¿Qué tienen en común los fascismos de entonces y los de ahora?

De entrada, que son un tipo de movimientos que no son una ideología monolítica, es decir, son un collage de distintas ideas políticas y filosóficas. El hecho de que sean distintas también las convierte en una especie de colmena de contradicciones (el Partido Fascista de Mussolini nació proclamando su nuevo orden revolucionario pero lo financiaban los latifundistas más conservadores). Se caracterizan porque surgen de la frustración individual o social, lo que explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas, por alguna crisis económica o humillación política.

Activar una identidad nacional está en su ideario.

Este es otro de los elementos que les caracterizan. A quienes carecen de una identidad social cualquiera, el ur-fascismo les dice que su único privilegio o su principal mérito es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Son partidos que no pueden evitar predicar un «elitismo popular». Cada ciudadano, cada ciudadana pertenece al mejor pueblo del mundo y la militancia en su partido les convierte en los mejores. Distinguen así entre buenos y malos.

¿Y que diferencia a los fascismos de ahora?

Que son capaces de convivir con las instituciones, aunque las debiliten, aunque intenten minarlas desde dentro, aunque apliquen políticas que implican retrocesos. Es decir, no vienen y se lo cargan de golpe, sino que pueden ir desgastando, pero siempre desde dentro, respetando incluso un modelo liberal. A nivel europeo el ejemplo más evidente es Orban. La experiencia nos dice que las extremas derechas obtienen legitimidad e influencia de su crítica a las élites, del establishment, del neoliberalismo, de la Unión Europea (aunque en esto último son hábiles y saben hasta dónde llegar). Pero, una vez que toman el poder, esas nuevas derechas aplican las recetas de las élites y esa es una contradicción para ellos.

En los años de entreguerras el fascismo era una derecha radical que se presentaba revolucionaria, subversiva. ¿Han perdido ese rasgo?

El historiador Enzo Traverso lo explica muy bien cuando recuerda que hasta hace poco las nuevas derechas aparecían como fuerzas xenófobas, nacionalistas, antiglobalización, pero no subversivas. Las nuevas derechas radicales no tienen esa mirada utópica. Son muy conservadoras. Frente a la globalización, defienden los valores tradicionales de la familia, de la nación y las soberanías de las fronteras para protegernos en contra de la invasión de la inmigración y defender las raíces cristianas de Europa en contra del Islam. Es una retórica muy conservadora y muy poco revolucionaria.

¿Qué es lo que no vemos y está detrás de los populismos?

Detrás de personajes como Trump o Salvini hay docenas de profesionales de la educación e ideólogos y, cada vez más, especialistas en ciencia y en Big Data sin los cuales no estarían donde están. Giuliano da Empoli en su libro ‘Los Ingenieros del caos’ nombra a muchos de estos gurús que viven a la sombra de líderes populistas y detalla cómo se canaliza la ira de las redes sociales hacia las urnas. Satisfacen la demanda política mientras acumulan datos sobre los votantes. Eso les permite dirigirse a microgrupos con mensajes que casi nadie más ve. Estamos hablando de tecnología al servicio de la política, en este caso, de la mala política.

¿Las noticias falsas se difunden a mayor velocidad que las reales?

Las noticias falsas, la posverdad, que no son más que las mentiras de toda la vida, como dice siempre Iñaki Gabilondo, ya existían. También los discursos de odio, lo que pasa es que ahora se propagan más rápido. Un equipo de investigadores del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) ha podido confirmar científicamente que las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las reales. Los falsos rumores alcanzaron su punto máximo en las elecciones que ganó Trump. El estudio encontró que cada persona de Estados Unidos se expuso al menos a tres noticias falsas creadas por bots, programas que las replican mecánicamente, durante el mes previo a esas elecciones.

¿La política y los medios de comunicación nos están acostumbrado a respuestas fáciles frente a problemas complejos?

Así es. El ejemplo más evidente es el de la inmigración, sea en boca de Trump o Vox. La figura de personas expertas, que yo siempre reivindico, más en momentos como éste, con una guerra en directo, no encaja a menudo en las tertulias donde triunfa quien provoca, grita o tergiversa más y eso es responsabilidad de los medios. Pero los partidos también se han acostumbrado a este modelo de discurso-tuit, eslogan corto y efectivo pero a menudo falso.

¿En qué medida los medios de comunicación contribuyen a la propagación de estos mensajes?

El gran éxito de los partidos de la extrema derecha en Europa es que han conseguido que se hable de lo que les interesa a ellos. Y eso es un gran triunfo para ellos y un error de los medios. No solo de los medios, también de la política. Considero que el tratamiento que hacemos los medios es solo una consecuencia más, un eslabón que en muchos casos contribuye a su propagación, pero que no puede tratarse como un fenómeno aislado.

¿Cómo se puede llegar a ganar unas elecciones a golpe de click con mentiras?

Un ejemplo de cómo la posverdad se traduce en posdemocracia lo vimos en Brasil, un experimento que después otros copiaron. Bolsonaro cimentó buena parte de la campaña que ganó en la difusión de noticias falsas a través de whatsapp. Hay que tener en cuenta que más de 120 millones de brasileños y brasileñas (6 de cada diez) utilizan este sistema de mensajería. Básicamente lo que hacían voluntarios de la campaña era contradecir informaciones críticas con Bolsonaro a base de mentiras y sin aportar pruebas, repartir mensajes y entrevistas de medios afines al candidato o directamente rumores sobre adversarios falsos. El equipo de Bolsonaro publicó un millar de mensajes al día. Vox también ha cimentado buena parte de sus campañas, cuando empezó a despuntar, en los mensajes de watshapp. Es un sistema simple y barato. Con un solo número puedes crear grupos de cientos de personas. Es un mensaje directo y se percibe como personal.

¿La extrema derecha ha ganado la batalla en las redes sociales?

Yo diría que quienes tenemos una visión plural de la sociedad y preferimos la democracia, con todas sus imperfecciones, a modelos que se plantean como alternativos pero que en realidad son autárquicos, hemos perdido en las redes. Quienes en Estados Unidos tienen una visión contraria a los conceptos de un estado supremacista del estadounidense blanco, también han sido derrotados en las redes. Ha ganado la propaganda más peligrosa. Como decía un bloguero que escribía bajo pseudónimo en un portal norteaméricano hace ya ocho años: La guerra por la cultura se libra todos los días desde nuestro teléfono inteligente. Es ahí, nos guste más o menos, donde se juega también una parte de nuestra democracia.

¿Su dominio de las redes explica por qué la juventud se siente atraída por la ultraderecha?

Se mueven como ninguna otra ideología en TikTok y la proliferación de mensajes de extrema derecha en TikTok es especialmente preocupante por su influencia entre la juventud. El año pasado, una encuesta de la consultora Pew Research indicó que un tercio de la adolescencia de Norteamérica entre 13 y 17 años ya la usan como fuente informativa. Las empresas que se dedican a estudiar estos fenómenos explican cómo en TikTok hay cero conversación sobre pensiones y muy poca sobre economía, pero mucha sobre temas polarizantes como igualdad, inmigración, inclusión social y todo lo relacionado con lo LGTBI. Es decir, los temas preferidos de la extrema derecha.

Silenciar estas voces ¿no sería la mejor solución?

Comparto con mi compañero Miquel Ramos, que lleva años informando sobre la extrema derecha, que el problema no es hablar de ello, sino cómo hablamos. No es lo mismo que pongas un micrófono a representantes de la extrema derecha y que digan lo que les dé la gana, o bien que hables de lo que tú quieras hablar respecto a ellos. El periodismo no sólo tiene la obligación de informar, también dota de valor a los datos, a la información. Por eso elegimos algunos hechos y descartamos otros. Lo mismo con las entrevistas o reportajes.

¿Las audiencias pesan más que la deontología periodística?

A menudo dejan titulares provocativos, aunque sean mentira, por lo que tienen más audiencia, ya sea en las ediciones digitales de los periódicos o en las televisiones. El programa con más audiencia de una de las temporadas de “El Hormiguero” fue el que invitó a Santiago Abascal. En Grecia, los miembros de Amanecer Dorado salían en las revistas del corazón. Como ejemplo basta recordar a Isabel Medina Peralta, que se convirtió en icono de los grupos de extrema derecha cuando apareció como oradora estrella de un acto en Madrid en apoyo a los muertos de la División Azul. Muchos medios de los que se definen como serios le dedicaron unos perfiles que lo mínimo que podía decirse es que eran complacientes con titulares como “la musa del fascismo” e incluso entrevistas que eran pura propaganda.

Se amparan en la libertad de expresión para justificarlo.

Damos por sentado que todo el mundo está a favor de la libertad de expresión. La pregunta que deberíamos hacernos, periodistas y lectores, espectadores, oyentes es qué estamos permitiendo para justificar esa libertad de expresión. Porque, como dice a menudo mi admirado José Antonio Marina, todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión pero no todas las opiniones son respetables.

Pero la ultraderecha no tiene reparos en vetar medios de comunicación.

Mi diario está en la lista negra de medios a los que Vox no deja entrar en su sede y por lo tanto nos veta en el derecho constitucional que tenemos de poder informar. Pero no dejamos de informar sobre ellos. Hace poco explicamos cómo pasan dinero del partido a su fundación o las subvenciones que han cobrado pese a que dicen que están en contra de este tipo de ayudas públicas. Supongo que es por eso que nuestro medio, elDiario.es, o El País, que también ha explicado las trampas que hacen en su financiación -digo trampas porque el Tribunal de Cuentas ha acusado a este partido de adjudicar contratos a dedo- no podemos entrar en sus ruedas de prensa. Evidentemente no dejaremos de hacer nuestro trabajo y de investigarles como hemos hecho desde el primer día. Y no será porque no hayan querido silenciarnos o asustarnos a base de amenazarnos con querellas.

Se ha dado más cobertura mediática a Vox que a otros partidos políticos con la misma representación parlamentaria.

Cuando empezaron a convertirse en protagonistas de los debates políticos, a raíz del multitudinario mitin de Vistalegre en 2018 y de su posterior repercusión mediática, algunos medios decidieron comprar su discurso sin cuestionarlo ni hacerse demasiadas preguntas, homologándolo a un partido tradicional de derechas como si fuesen lo mismo y otros tuvimos claro que no era así. Por ejemplo, hay medios que le llaman constitucionalista pero a mí me parece que un partido que aboga por cargarse el sistema de autonomías, uno de los pilares de la Constitución, no puede denominarse como tal por parte de los medios, por más que ellos repitan que lo son. Independientemente de las legítimas líneas editoriales, homologar discursos de centro derecha o derecha, perfectamente democráticos, a los de la extrema derecha a nivel informativo ha sido un error que no han cometido en otros países.

¿Qué puede hacer la izquierda social y política para frenar el avance ideológico de la ultraderecha?

La normalización de la extrema derecha interpela a liberales y a la izquierda en general. No se trata de caer en las provocaciones de Vox y compañía: sólo serviría para darles protagonismos. Hay que combatir las ideas que sus dirigentes propugnan (basadas siempre en el modelo patriarcal de sumisión y exclusión). Pero, sobre todo, hay que preguntarse qué han hecho mal los partidos democráticos para que la extrema derecha gane espacio mediático y atraiga adhesiones de ciertos sectores de las élites pero también de amplios grupos de las clases populares.

¿El auge o protagonismo de la extrema derecha es también el fracaso de la izquierda?

Cuando la izquierda ha comprado acríticamente un capitalismo extractivo o un modelo neoliberal como si fuese un simple invitado de los mercados ha colaborado al desencanto de una parte de la sociedad, desde sus votantes tradicionales a esa juventud cada vez más alejada de la política y más próxima a recetas populistas.

¿Cómo se puede explicar la convivencia entre la derecha y Vox?

Tanto en España como en toda Europa, la derecha mayoritaria y el centro-derecha están dispuestos a moverse mucho más hacia la derecha extrema para atrapar votos. Lo vimos después de las últimas elecciones autonómicas, donde se les ha dado entrada en instituciones y eso ayuda también a explicar por qué muchos medios seguramente han normalizado el discurso de la extrema derecha sin hacerse preguntas.

¿Estamos a tiempo de detener esta tendencia?

Han andado tanto camino que desandarlo es muy complicado. Cuando los medios o la política no hacemos bien nuestro trabajo, alguien lo hace por nosotros: las redes o dirigentes que buscan de todo menos el bien común. Cuando unos y otros pervertimos conceptos como democracia, libertad o prosperidad para limitarlos a intereses puramente económicos, tergiversando incluso otro concepto, el de la libertad, acabamos dibujando un mundo en el que solo cuentan los intereses individuales y eso siempre acaba perjudicando a las mismas personas, las que menos tienen, las más frágiles. Sea en la educación o en la sanidad o medio ambiente. Nuestros hijos y nietas merecen un mundo mejor. Ese debería ser nuestro objetivo colectivo.

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