Pocas dudas razonables cabe albergar sobre los cambios profundos provocados, en todos los campos del saber y del vivir humanos, por esos fenómenos complejos que llamamos Modernidad y Posmodernidad.
Pero caben interpretaciones diversas de la significación y alcance de tales cambios en relación con la vivencia de la fe cristiana. Señalemos dos de ellas:
Para unos, tales cambios suelen considerarse simplemente como problemas inquietantes y hasta disolventes y, en consecuencia, sólo cabe razonablemente situarse “frente” a ellos con una estrategia de “atrincheramiento”, si se quiere conservar la identidad de la fe cristiana.
-Para otros, tales cambios deben considerarse más bien como nuevos retos o desafíos estimulantes y, en consecuencia, la crisis por ellos generada, si se afronta con una estrategia de diálogo honesto y crítico, puede convertirse en revulsivo positivo y conducir a un rejuvenecimiento de esa misma fe.
Aquí nos inclinamos por la segunda de las interpretaciones indicadas.