La mundialización actual tiene su origen en la década de los ochenta del siglo pasado. Los rasgos principales son la implantación de un modelo global neoliberal sustentado en el fundamentalismo de mercado y la hegemonía de las finanzas. Las consecuencias han sido una creciente desigualdad, precariedad del trabajo, e inestabilidad creciente del sistema financiero. El crecimiento se ha basado en estos soportes con una mayor concentración de la renta y la riqueza, así como de las corporaciones multinacionales.
Las tendencias generadas han ido fracturando cada vez más las sociedades y la economía internacional. La hegemonía de las finanzas ha supuesto el aumento de la especulación y el endeudamiento, así como la expansión de las burbujas inmobiliarias y bursátiles. Todo ello desembocó en la crisis financiera que se inició en 2007 y estalló en 2008. La crisis cuestionó el paradigma neoliberal, pero, sin embargo, las medidas aplicadas para salir de de ella como las de la austeridad se siguieron basando en el fundamentalismo de mercado. La recuperación débil ha agudizado las tendencias ya señaladas. Además de que el coste ha recaído en las clases trabajadoras y medias de ingresos bajos.
En unas condiciones de debilidad de la economía global es como ha cogido la pandemia a una sociedad que padece una gran brecha económica y social. La crisis económica y social derivada de la pandemia puede ser de una gravedad sin precedentes desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Se padece además una crisis ecológica de envergadura que agrava los problemas existentes. Hay que ofrecer alternativas que posibiliten una perspectiva de cambio de modelo.