En el Foro Gogoa desentrañó las capas del racismo de género y desveló las grietas de un sistema que invisibiliza a quienes desafían el molde de la “mujer universal”
Trini Díaz
Pamplona | 09·03·25 | Lucía Asué en una conferencia del Foro Gogoa. Iñaki Porto
Lucía Asué Mbomío Rubio encarna la resistencia desde múltiples trincheras. De Alcorcón y con raíces en Guinea Ecuatorial, su trayectoria desmonta estereotipos y arroja luz allí donde la intersección entre raza y género dibuja realidades de exclusión. Su crítica al feminismo hegemónico es contundente: “El feminismo ha tardado en mirar hacia las mujeres racializadas. Nos piden que esperemos nuestro turno. Pero son muchas las mujeres no blancas que, desde hace décadas, lo exigen”.
Como periodista ha recorrido más de 50 países llevando historias invisibilizadas a las pantallas y como escritora ha denunciado en su último libro Tierra de luz la explotación de temporeras en el sur de España. Ha sido reconocida entre los Top 30 afroeuropeos (2013) y premiada por la Asociación por los Derechos Humanos de España (2020).
¿Qué es racismo de género?
Es la oportunidad de entender los episodios de racismo cotidiano que vive una persona negra desde su infancia hasta la vejez, atendiendo a las diferencias que provoca el género entre hombres y mujeres.
Recreando la pregunta de La Revuelta, ¿somos más racistas o más machistas?
La realidad es que no hay por qué escoger, somos las dos cosas. Lo que pasa es que, al igual que pasa con el machismo, hay una parte de la población a la que no le afecta el racismo y por eso no lo ve. A veces da la sensación de que es peor llamar a alguien racista que serlo, porque todo el mundo se pone a la defensiva, porque lo llevamos al ámbito de lo moral, como si se tratara de algo de buenas o de malas personas. Y no tiene nada que ver con eso. Yo misma tengo racismo interiorizado, del mismo modo que tengo machismo interiorizado porque el sistema nos va esculpiendo.
Compara el racismo con un pulpo de múltiples tentáculos o como el polvo que solo vemos cuando nos toca limpiarlo.
Así es. El racismo es un pulpo que te puede dar con la puntita, cuando por ejemplo te llaman “conguito”, pero también puede golpearte con todo el tentáculo, con toda su fuerza, y esto tiene más que ver con lo sistémico. Es, además, una ideología que solo vemos cuando pasa algo grave y, entonces, ya es demasiado tarde. Además, está sostenido por columnas lo suficientemente gruesas como para que sea muy difícil moverlo.
¿Cuáles son esas columnas que sostienen el racismo de género?
Lógicamente, estas vivencias están conectadas con cuestiones sistémicas vinculadas al sistema educativo, las leyes o los imaginarios históricos sostenidos y difundidos por los medios de comunicación y otras formas de representación a través del arte o la publicidad.
Los datos sobre delitos de odio contradicen la percepción de que no somos racistas.
Así es. Estamos asistiendo a una alarmante escalada de odio y discriminación que enfrentan las personas migrantes y refugiadas en toda Europa. En España, los delitos de odio alimentados por la intolerancia hacia grupos históricamente vulnerables, está en aumento. En el año 2023, según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), el 40% de los delitos de odio registrados tuvieron motivación racista o xenófoba. Han crecido un 13% con respecto a 2022 y un 34% en relación al 2021. Pero nos empeñamos en decir que el racismo no existe.
¿Esto es solo la punta del iceberg?
La realidad podría ser aún más grave, ya que la infradenuncia podría situarse entre el 80-90%, según CEAR. Se estima que hasta 6.000 delitos de odio por racismo y xenofobia pudieran haberse cometido el año pasado.
Critica que los medios solo muestran pateras llegando. ¿Qué otras narrativas se ignoran sistemáticamente?
Tenemos todavía en la cabeza esta idea de que las personas negras llegan, pero nunca están. Y esto está muy conectado con una narrativa en los medios de comunicación en la que nunca vemos a la gente que ya está aquí o que es de aquí, sino solo a las que llegan en pateras. Esto está ocultando una parte de la historia de España, que está vinculada con los movimientos migratorios anteriores a los años 2000 y con la colonización no solo de América sino también de África (recordemos que Guinea Ecuatorial fue territorio español hasta 1968).
Esta imagen estereotipada ¿qué consecuencias tiene para quienes ya están aquí o son de aquí?
Como diría el artista Gorsy Edú, nos priva del derecho a la narrativa de vecinas y vecinos, porque somos siempre huéspedes que acabamos de llegar y eso alimenta también los discursos de odio, porque cuando eres huésped está la idea de que te dan, te agasajan, mientras que cuando eres vecina, vecino, construyes exactamente igual que el resto.
¿Qué realidades invisibiliza?
Que hay personas que somos de aquí pero a quienes todavía nos felicitan por lo bien que hablamos nuestro idioma o que nos dicen que nos vayamos a nuestro país. Pero también que hay personas migrantes que no acaban de llegar, que son mayores y tienen necesidades especiales. Tampoco se piensa en que buena parte de estas mujeres tienen pensiones bajísimas y cuerpos rotos porque, precisamente por la naturaleza de los trabajos que hacen, han estado machacadas. Un estudio del Instituto de las Mujeres sobre la jurisprudencia relacionada con las camareras de piso evidencia el sesgo de género y cómo se invisibilizan enfermedades profesionales propias del colectivo. Subraya que si eres albañil, tu dolor es fruto del trabajo pero si eres Kelly, tu dolor es un accidente.
¿El techo de cristal se vuelve más opaco?
Nuestro techo de cristal es tan bajo que a veces tenemos que caminar encorvadas y eso que mi padre y mi madre eran universitarios en Alcorcón, en los años 80, algo excepcional entonces y, a pesar de todo, a mí siempre me ha dado muchísimo miedo soñar.
A la gente negra, aquí y allí, casi siempre la vemos sufriendo. Sobre todo, a las mujeres.
Así es y nos dicen que es para concienciar. Pero es que llevamos concienciando tantas décadas que al final estamos completamente sedadas con respecto a según qué dolores. Es curioso que las madres africanas cuando están en África son madres coraje pero cuando vienen aquí son negligentes porque ¿cómo se les ocurre venir embarazadas? ¿y ahora qué van a hacer con el bebé? Y cuando ya están aquí, las únicas imágenes que vemos son de mujeres vinculadas a redes de trata.
La convivencia intercultural en las escuelas, ¿en qué medida ayuda a acabar con el racismo?
La escuela pública no es un arcoíris, no es pues un ente de luz. Quien dice que el racismo se acaba ahí, no la ha pisado. En la escuela pública se dan las mismas violencias que en cualquier otro sitio. Aparte de que el temario de los libros de texto, sigue siendo muy masculino y casi 100% blanco, con la consiguiente falta de referentes, el racismo genera un tipo de bullying específico que, si no se reconoce, es muy difícil que se adopten medidas para paliarlo. Se sufre desde pequeña. Un poquito no pasa nada, otro tampoco, pero si hay muchos insultos y violencias racistas en situaciones muy cotidianas, acabas generando auténticos muros lo suficientemente altos como para que no podamos mirar de tú a tú o a los ojos de quien tenemos enfrente.
¿Cómo afectan los prejuicios sociales a la composición racial del alumnado?
Existen escuelas guetificadas –porque ninguna escuela quiere ser gueto– en las que, de repente, el grueso del alumnado que está ahí son personas no blancas porque hay padres y madres que entienden que va a bajar el nivel.
¿Qué experiencia escolar relacionada con racismo ha marcado tu vida?
En mi infancia se ha forjado el carácter que tengo hoy en día. ¿En qué sentido? Tal y como expresa la cirujana catalana Ángeles Boleko –que es una experiencia extrapolable a otras muchas mujeres– soy dura porque no había otra, porque aprendí desde muy pequeña a ser la nota de color. Y a base de palos, como todas las personas negras que no crecen rodeadas de personas negras y que son minoría en su país de nacimiento, renuncié a darme por vencida y aprendí a no verme afectada por el rechazo ocasional de gente ignorante. Desde pequeñas tenemos esta necesidad de ser fuertes a la fuerza. No nos permitimos quejarnos, no contamos lo que nos pasa porque normalizamos el racismo en nuestras vidas.
¿Qué otros sesgos se dan en el entorno escolar?
La activista antirracista y pedagoga Carlota Momobela dice que existe una relación cargada de perjuicios entre el rendimiento académico y la procedencia. Se refiere principalmente a dos tendencias. Una es la profecía autocumplida, como nadie espera nada de ti, tú tampoco; y la otra es que, como nadie espera nada de ti, tú te esfuerzas y te esfuerzas, y haces más que el resto para que te valoren y eso tiene consecuencias también en términos de autoestima.
¿Estamos estratificando étnica y socialmente a nuestra juventud?
La investigadora del Centro de Estudios de Migraciones de la Universitat Autònoma de Barcelona, Silvia Carrasco, dice que estamos participando de una expulsión progresiva del sistema educativo de una parte de nuestra juventud y aporta datos: el 69% de los hijos de migrantes nacidos aquí y el 60% de sus hijas no llegan a cursar bachillerato. Esto sí que es preocupante y habla muy mal de la integración de estos jóvenes. Son niños y niñas nacidos aquí que no requieren la adaptación por el idioma.
Es un dato tremendo porque muchas personas que migran lo hacen para que sus hijas e hijos puedan estudiar.
Son padres y madres –muchas veces solo madres– que trabajan un montón de horas para que puedan estudiar. En Almería me llamó muchísimo la atención no solo la situación de quienes estaban trabajando en la huerta de Europa, sino también cómo sus hijos e hijas mantienen las mismas expectativas. Una joven africana me contaba que cuando trabajaba de camarera le decían: “¿Qué haces aquí que no estás en la huerta? La población está tan acostumbrada a ver a las mismas personas siempre haciendo lo mismo que no se las puede imaginar en ningún otro contexto laboral o educativo.
Otra arista de la discriminación racial en las mujeres negras es la adultificación. ¿Qué significa?
Un estudio de la Universidad de Georgetown lamenta lo que sus autores llaman la adultificación de las niñas negras. Colectivamente se percibe a las niñas negras como más adultas que las blancas y, por lo tanto, menos necesitadas de protección y atención que sus contrapartes blancas. Este sesgo dañino se da en un contexto en el que los abusos sexuales de menores en la comunidad negra están más silenciados. A estas alturas ya sabemos que las violaciones y abusos no se producen necesariamente en un pasadizo por alguien desconocido, sino que la mayoría se dan en el entorno más cercano.
¿La hipersexualización afecta especialmente a la mujer negra?
Es verdad que todas las mujeres estamos hipersexualizadas, pero las mujeres blancas tienen también una narrativa B porque hemos visto, por ejemplo, a la supercientífica blanca durante la Covid. Las mujeres racializadas, en el imaginario colectivo, siempre estamos disponibles, somos fogosas, etcétera. Y eso también conecta con que estés en una discoteca y te entre un señor que te dobla la edad porque piensa que buscas un novio que “te tenga llenita la nevera”. A los movimientos antirracistas nos están llegando niñas a las que ya les están preguntando cuánto cobran a la salida del colegio.
En locales de ocio ¿se sigue usando el derecho de admisión como técnica racista?
Esto es un clásico que apoyan estudios realizados por la Universidad de Barcelona y SOS Racismo, por citar solo alguno de los cientos de estudios existentes. Los bares deniegan sistemáticamente el derecho de admisión de inmigrantes alegando motivos de indumentaria o argumentando que es preciso una invitación o que el aforo está completo. Habrá personas que digan: “Bueno, a mí me ha pasado también porque tenía una cresta o por las deportivas”, pero es que nosotras no podemos arrancarnos la piel.
Según la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) España es, junto con Alemania y Suecia, uno de los países que más controles de identidad por perfil racial lleva a cabo.
Si eres una persona negra tienes 42 veces más posibilidades de que te pare la policía, según un estudio de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía y la Universidad de Granada. Las identificaciones por perfil racial son terribles porque provocan que gente que no ha hecho nada pase mucha vergüenza. Y, además, tiene consecuencias porque si en los barrios siempre paran a las mismas personas, ¿qué es lo que piensa el vecindario? Que ha hecho algo.
El racismo no se acaba con decir no soy racista. ¿Qué más podemos hacer?
El punto de partida es conocer de qué forma opera el racismo y dejar de lado esa negación pertinaz porque entonces no podemos cambiar nada. Es también necesario entender el racismo de género, porque en los invernaderos muchas mujeres sufren las privaciones que implica vivir debajo de un plástico y, además, son abusadas sexualmente. Cada vez consumimos más en ecológico, pero también tenemos que plantearnos quién trabaja la tierra y en qué condiciones. Es importante colaborar con las asociaciones de base y asumir nuestra responsabilidad como consumidores y votantes.
Tu último libro describe el drama de las mujeres temporeras y, sin embargo, se titula ‘Tierra de la Luz’ ¿por qué?
Tierra de la Luz es una historia de resistencia, amistad y la búsqueda de un lugar en un mundo hostil, que nos invita a reflexionar sobre las injusticias que pasan desapercibidas y las personas que viven en las sombras del sistema. La situación de las temporeras del campo es terrible, aunque también es cierto que hay algo bellísimo y es que entre ellas se apoyan. O sea, en los lugares de sombra, también se tejen alianzas hermosas entre mujeres. A pesar de todo, tiran para adelante en el peor de los escenarios.
Si el feminismo no es interseccional, ¿a cuántas mujeres deja atrás?
Cuando construimos discursos feministas olvidamos, por ejemplo, a estas mujeres temporeras. Yo creo que tendríamos que tener en cuenta el eslabón más débil y, a partir de ahí, construir. Muchas mujeres que vamos a las manifestaciones del 8M lo podemos hacer porque dejamos a quienes cuidamos con migrantes. Todo esto hay que plantearlo dentro del movimiento, pero cuando lo hemos hecho nos dicen que intentamos dividir, pero solo queremos incluir aristas. Debemos amplificar las voces de las mujeres que gritan desde los contextos más complicados.
¿Faltan referentes africanas en el feminismo?
En el feminismo occidental, sin duda, faltan. Pero no porque no haya mujeres feministas en el continente africano, las hay y desde hace siglos. Eso, entendiendo que, en el caso de las mujeres negras, la construcción del género se da de una manera diferente. Hablamos de feminismo en el continente africano como si fuera algo relativamente reciente y la realidad es que ha habido muchas mujeres guerreras desde la edad media como la reina Nzinga Mbandi de Angola, que luchó contra los portugueses, la colonización y la esclavitud; las amazonas de Dahomey, un ejército de mujeres, que defendieron lo que ahora conocemos como Benin; o la reina Amina de Zaria, representada con su estatua ecuestre en Lagos (Nigeria).