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¿POR QUÉ SOY CRISTIANO?

José Antonio Marina tiene una idea de la filosofía como servicio público que le lleva a investigar sobre los temas que ahora preocupan. Y, según dice, la cuestión de las religiones, que experimentan simultáneamente auge y descrédito, se nos ha vuelto un asunto explosivo. Las religiones, que aparecen en la historia como elemento de salvación, pueden provocar terribles desdichas si no se entienden bien. El proceso que condujo de pensar a Dios como un ser poderoso, a considerarlo y sentirlo como suma bondad, le parece al filósofo que tuvo gran influencia en la humanización de nuestra especie.

El cristianismo es una caudalosa corriente de experiencia que tiene su origen en un enigmático judío. Esa corriente ha engrosado su caudal con pequeños o gigantescos afluentes de experiencias personales. A veces, esa viva corriente ha cristalizado en estructuras sociales o políticas que –como pasa con lo embalses de agua- han estancado su vitalidad y han aumentado su poder. Pero, al par, el cristianismo ha estado en permanente crisis de crecimiento y definición, y su corriente constantemente oxigenada y saneada por personas y movimientos que pretenden actualizarla siendo fieles al manantial originario.

Frente a un cristianismo dogmático, Marina aboga por un cristianismo ético, experiencial y liberador: “Lo que para mí significa la religión es el rechazo total a encerrarme en el mundo de lo fáctico y lo trivial: hay que cambiar la afirmación fatalista de “el mundo es así” por la consideración de que “esta realidad es así”. Si la gente se afanara en su actividad a lo bueno y lo bello, aparecería lo que el evangelio llama “el Reino de Dios”. ¿Será Jesús fiel? Me voy a fiar de él y a urgir la llegada del Reino” .

Para resolver enfrentamientos entre religiones propone una teoría de la doble verdad: hay verdades privadas y verdades públicas y universales. El cristianismo, como todas las religiones, pertenece al ámbito de las verdades privadas. En cambio, los valores éticos son universales. La ética protege a las religiones –el derecho a la libertad religiosa no es un precepto religioso sino ético-, pero también limita sus actuaciones. Una persona puede guiar su vida por los preceptos de su religión, pero en todo lo que afecte a otras personas, su comportamiento debe estar sometido a los derechos universales.

PONENTE
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