La centralidad de los pobres, la “conversión” del papado, la reforma de la curia vaticana, el impulso de un gobierno colegial y el acercamiento con las otras confesiones siguen siendo, a los cinco años de su elección, los ejes principales de la renovación que está promoviendo el papa Francisco. A ellos hay que añadir la revisión a fondo de la moral sexual, la presencia (y ausencia) de los jóvenes en la Iglesia, el cuidado de la tierra (ecología), la santidad en la vida de cada día o la erradicación de la pedofilia. Son asuntos que está abordando a la luz de la verdad primera y fundamental del Evangelio que es la misericordia. No le faltan enfrentamientos en el seno mismo de la Iglesia Católica con una minoría, particularmente beligerante. Pero tampoco le faltan las críticas de quienes, sintonizando con su proyecto renovador, echan de menos decisiones concretas que permitan, por ejemplo, intervenir en el nombramiento de los obispos; una decisión, se recuerda, que tendría la virtud de ahorrar a quien se sienta en la silla de Pedro algunos de los malos tragos que ahora tiene en Chile, además de impulsar, en concreto, el protagonismo de los cristianos en la marcha de sus respectivas iglesias.