Unamuno se quejaba del “odio teológico” y del “odio antiteológico”. El primero convertía fanáticamente la fe en ideología. El segundo hacía de la ciencia una religión. Esa situación aún persiste.
A Juan Masiá, que ha vivido 25 años en Japón, en medio de una sociedad civil plural y democrática, secularizada y laica, donde la Iglesia Católica es minoritaria, y donde existe una cultura caracterizada por la conciliación y el consenso, le llama la atención la situación, tan exagerada por los dos extremos, que se percibe en los debates éticos en nuestro país. Por una parte, posturas presuntamente defensoras de la vida humana hacen un flaco favor a esa defensa con una actitud de “confesionalidad” beligerante, negativa y condenatoria. En el extremo opuesto, y como reacción a lo anterior, hay bioéticas de “laicidad aconfesional” y, a veces “anti-religiosa”. Existen también “terceras vías de consenso” que huyen de conflictos, fomentan acuerdos superficiales y escabullen problemas.
Juan Masiá se sitúa en una cuarta manera de ver las cosas, que aúna ciencia, pensamiento y conciencia. Se trata de una búsqueda ética, sin más y sin adjetivos, preocupada por el cuidado de la vida, lo cual no le impide consultar referentes religiosos en la búsqueda de valores.
Las religiones pueden sumarse al movimiento de diálogo interdisciplinar de la bioética, a la búsqueda común de valores, pero sin arrogarse el derecho de intromisión para dictar normas de moralidad a la sociedad civil.
La bioética puede sumarse al movimiento de diálogo interreligioso, para ayudarle a transformar, a la vista de nuevos datos, sus paradigmas y conclusiones, pero sin imponer exclusivamente interpretaciones de sentido sobre la vida y la muerte, el dolor, la salud y la enfermedad.