En el plano económico la globalización neoliberal estriba en crear a escala planetaria una especie de gigantesco paraíso fiscal en virtud del cual los capitales podrían moverse sin traba alguna, desentendiéndose, en paralelo, de cualquier tipo de consideración de carácter humano, social y medioambiental.
En lo social al calor de la globalización en curso no han dejado de acrecentarse las diferencias entre las capas mejor situadas y las peor emplazadas de la población mundial. Si el cálculo lo realizamos sobre la base de los niveles de ingresos correspondientes al 20% más rico y al 20% más pobre, esas diferencias eran de 30 a 1 en 1960, se colocaron en 60 a 1 en 1990 y hoy andan frisando, por lo que parece, el 80 a 1. El destino final no es otro que la consolidación de lo que han dado en llamar la sociedad del 20/80: en ella una quinta parte de la población planetaria viviría en la opulencia en tanto las cuatro quintas partes restantes se verían condenadas a una lucha feroz para sobrevivir.
En lo que respecta a la política, el Estado, y en general los poderes políticos tradicionales, ha experimentado dos procesos de signo contrario: si en un terreno –el de su capacidad de decisión política y social– sus atribuciones se han reducido sensiblemente, en otro –el de su poderío represivo-militar– sus potestades parecen llamadas, en cambio, a acrecentarse.
es garantizar la obtención del beneficio más descarnado.
Todo ello acompañado de la puesta en marcha de una apisonadora cultural, un proceso de uniformización que tiene su primer reflejo en el hecho de que en casi todos los lugares se reciben hoy las mismas informaciones, se contemplan las mismas películas, se soportan los mismos anuncios publicitarios y se leen los mismos libros.
La única dimensión inequívocamente positiva de la globalización neoliberal asume la forma de una paradoja: ha permitido que ganen terreno movimientos que, cada vez más atractivos, se muestran firmemente decididos a dar réplica a aquélla.