“La ecología está enraizada en la tradición cristiana y conecta con nuestra identidad”

CONVERSACIONES EN EL FORO GOGOA

JAIME TATAY Ingeniero de Montes, doctor en Teología y docente en la Universidad Pontificia de Comillas

Hace casi diez años, la encíclica ‘Laudato si’ del papa Francisco lanzaba un mensaje rotundo y claro sobre la urgencia de cuidar la casa común, nuestra “madre y hermana”, con la que compartimos la existencia.

Trini Díaz PAMPLONA | 18·05·24 | 

Jaime Tatay Nieto, profesor de Ecología, Ética y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Pontificia de Comillas, defendió en el Foro Gogoa la necesidad de redescubrir el principio y sentido último de nuestro papel en la creación y destacó el inequívoco mensaje de la encíclica Laudato si en lo relativo al exagerado antropocentrismo de nuestra cultura y su lógica de usar y tirar, que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad.

Cuando surgió la conciencia ecológica, ¿la religión miró hacia otro lado?

–En los años 60, la cuestión ecológica se hizo pública y aparecieron los primeros partidos ecologistas, aunque hay antecedentes que incluso nos pueden llevar al romanticismo y a finales del siglo XIX. En esa primera etapa, las religiones en general -incluida la cristiana- ven este movimiento con una cierta hostilidad y adoptan una postura casi apologética y a la defensiva ante las críticas que llegan desde la comunidad científica y líderes ecologistas. Ambos actores se ven con sospecha. Hay cuestiones que hacen que la relación sea conflictiva y difícil.

La interpretación sobre la creación del universo, ¿es uno de los conflictos latentes?

–El relato del Génesis en la tradición bíblica se ha malinterpretado, a menudo, como una especie de legitimación del uso ilimitado del mundo natural por parte del ser humano porque Dios, de alguna manera, nos habría dado esa autoridad. En un artículo muy famoso de 1967, Lynn White acusa explícitamente al monoteísmo bíblico de haber provocado la degradación medioambiental ya que ha legitimado el dominio sobre la naturaleza. Se criticaba también en esta época a las religiones por ser pronatalistas y favorecer el crecimiento de la población.

La antropología bíblica, ¿legitima el dominio del ser humano sobre la naturaleza?

–Una mala interpretación de la Biblia que legitime el dominio sobre la naturaleza sigue siendo un debate intenso en círculos teológicos. Podríamos decir que somos dominadores y dueños del planeta, pero también que somos sus gestores o administradores, o los jardineros encargados de un jardín que no es nuestro. Depende como lo interpretemos. Podríamos incluso decir que somos pasajeros, que en la historia evolutiva del cosmos somos una abrir y cerrar de ojos, o que somos criaturas. Somos todo eso. Dependiendo de qué metáfora antropológica escojamos y de cómo concibamos nuestro lugar en el mundo, cambiará la manera de relacionarnos. La Biblia está llena de metáforas antropológicas que describen quiénes somos. Necesitamos interpretarlas y debatir sobre sus significados.

“El relato del Génesis se ha malinterpretado, a menudo, como una especie de legitimación del uso ilimitado del mundo natural”

¿Cuándo empieza a percibirse un cambio en el discurso religioso?

–En los años 80, las religiones entran en una fase más reflexiva y se dan cuenta de que, aunque hay elementos cuestionables en el complejo movimiento ecologista, hay otros muchos aspectos que se deben tomar en consideración. Ya entonces encontramos teólogos que empiezan a escribir y a pensar a fondo a la luz de estas nuevas inquietudes sociales. Juan Pablo II fue el primer pontífice que hizo una reflexión temática sobre cuestiones ecológicas en la Jornada Mundial de la Paz del año 1990.

¿En qué momento nos encontramos ahora?

–En los últimos 20 años la tensión se ha relajado y se han iniciado procesos de colaboración, de diálogo, más propositivos. Las religiones empiezan a releer su propia tradición y sus textos sagrados de otra manera. En el año 2015, el Papa Francisco promulga la encíclica Laudato si sobre el cuidado de la casa común y también hablan sobre ecología el Dalai Lama, los rabinos o la Iglesia ortodoxa. Hoy muchas instancias religiosas están implicadas en el debate ecológico. Poco a poco se va tomando conciencia, se va descubriendo que la ecología está enraizada en la tradición y conecta con cuestiones vitales.

Pero ha llegado tarde.

–El debate ecológico emerge primero en la comunidad científica y en la sociedad civil, y se va extendiendo a la política y al ámbito del derecho para tratar de regular algunas cuestiones como las aguas residuales, la deforestación o la emisión de contaminantes. Las religiones no tienen por qué saltar a la palestra de todos los debates en cuanto emergen. Aunque han llegado algo tarde, ahora está haciendo una contribución significativa.

¿Qué está aportando la religión al ecologismo?

–Para las religiones, la ecología es una cuestión que no puede analizarse sin tomar en consideración la dimensión ética. Ésta ha sido una de las puertas de entrada al debate por parte del cristianismo. Por ejemplo, cuando el papa Francisco dirá que no podemos hablar de la cuestión ecológica y de la cuestión social por separado, sino que hay una única cuestión socioambiental. Da igual que hablemos de contaminación, de cambio climático, de agotamiento de recursos o de pérdida de la biodiversidad, al final los que pagan las consecuencias de esos problemas siempre son las personas más vulnerables y quienes no tienen recursos para desplazarse, para conseguir agua limpia o para evitar la exposición a sustancias contaminantes.

“Aunque la religión ha llegado después, ahora está haciendo una contribución significativa al debate ecológico”

¿Y la ecología a la religión?

–Ha sido un revulsivo que está permitiendo redescubrir, por ejemplo, la tradición del Libro de la Creación o la poesía mística de San Francisco Asís o San Juan de la Cruz. Nos ha posibilitado redescubrir elementos muy valiosos de nuestra tradición y sacarlos de nuevo la luz. También nos ha invitado a hacer una teología que parta de la mejor ciencia disponible, más “inductiva” y atenta a los signos de los tiempos.

Poner en el centro la ética, ¿es pensar la ecología desde los pobres, desde abajo?

–Es denunciar el exagerado antropocentrismo de nuestra cultura, que deriva en una lógica de usar y tirar, que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad, y que construye una economía basada en el agotamiento de los recursos naturales y en una visión lineal basada en usar-consumir-tirar, incapaz de imitar la “circularidad” de la naturaleza y velar por las personas más vulnerables.

¿Existe una ecología de los pobres?

–Martínez-Alier, profesor emérito de economía en Barcelona, explica que la explotación de los recursos naturales está generando problemas ambientales y graves conflictos sociales. Cuando hablamos de ecologismo de los pobres nos referimos, por ejemplo, a la situación de un pueblo indígena que vive aguas abajo de una explotación minera que contamina el agua y donde no se ha hecho ningún estudio de impacto ambiental, porque no tienen capacidad de influencia política. O a quienes están obligados a construir su pequeña casa de hojalata pegada al borde de un barranco. O a quienes viven cerca de lugares contaminados porque son los únicos que pueden permitirse, exponiendo su salud. Y esto tiene que ver con conceptos como injusticia ambiental, término acuñado por movimientos sociales y colectivos vulnerables, o racismo ambiental, que aparece por primera vez en un documento de una iglesia protestante afroamericana en Estados Unidos. Si eres pobre, estas cuestiones las ves de otra manera.

La defensa de la sobriedad y austeridad cristianas ¿facilita la conciencia ecológica de las personas creyentes?

–La llamada a la sobriedad y a la sencillez, la crítica al despilfarro, al “descarte” que dice el papa Francisco, se remonta a las tradiciones sapienciales, filosóficas y religiosas de prácticamente todos los pueblos de la humanidad, porque hay algo bueno, positivo, en vivir sobria y sencillamente y hay algo dañino, que desestructura las relaciones humanas y que sabemos que además impacta en la naturaleza, que tiene que ver con la acumulación, con la ostentación, con el despilfarro. Este es un vector claro de la contribución religiosa al debate ecológico y que pone el foco en la necesidad de recuperar el valor de compartir y de disfrutar con lo básico. Podríamos hablar de la dimensión ascética de la religión.

Se refiere también a una mirada mística en la percepción del mundo ¿Qué quiere decir?

–La clave mística aparece en casi todos los textos religiosos de todas las religiones y tiene que ver con el aprecio casi sacramental del mundo creado por parte de los y las creyentes. Además, los lugares sagrados ubicados en la naturaleza (santuarios, monasterios, ermitas) desempeñan un papel clave no solo como referencia espiritual de un pueblo o de una región sino también como fuerza de protección de ese territorio. No es casual que el Parque Nacional de los Picos de Europa esté justo al lado de Covadonga. O el Rocío en el centro de Doñana. Podríamos ir enumerando ejemplos de cómo la religión ha valorado el cuidado de su entorno natural.

“El exagerado antropocentrismo de nuestra cultura deriva en una lógica de usar y tirar”

¿Percibir el mundo como regalo es la llave para su cuidado?

–Existe la convicción religiosa de que el mundo no es simplemente materia o energía, sino que es un regalo. A Benedicto XVI le gustaba hablar de la “teología del Don”, de que el mundo creado es una especie de proto-sacramento, el regalo básico del que fluyen y emanan todos los demás dones: el agua, la luz, los alimentos y, por tanto, para quienes son creyentes la naturaleza es un signo visible de la gracia de Dios, del regalo constante que nos mantiene con vida. El creyente aporta esa visión sacramental del mundo y eso para las religiones cristianas, especialmente la católica y la ortodoxa, es algo fundamental.

Resumiendo, ¿cuáles son las claves religiosas para acercar fe y ecología?

–Los vectores claves de la contribución religiosa son tres: La visión sacramental del mundo, la preocupación ética por los más vulnerables y esa llamada a la vida sobria, sencilla. Habrá que ver cómo lo traduce la cultura ecológica a un lenguaje que sea inteligible a personas no creyentes o no formadas en una tradición religiosa.

¿Qué pasos se están dando dentro de la Iglesia para avanzar en el cuidado de la casa común?

–Los cambios sociales son lentos y complejos, pero mi impresión es que cada vez hay más iniciativas. La historia nos enseña que la Iglesia es muy plural, compleja y lenta en sus procesos internos. Hay que tener paciencia histórica y seguir trabajando en la necesidad de hacer un proceso de conversión también en este ámbito y descubrir al Creador en la creación.

¿Cómo leer la creación en la propia naturaleza?

–La propia creación es una especie de libro, escrito en un alfabeto muy diferente al griego o al latín, que hay que aprender a interpretar. Necesitamos una nueva alfabetización ecológica para avanzar en una cultura ecológica, pero al mismo tiempo ir a nuestra tradición y releer los poemas de San Juan de la Cruz, de Francisco de Asís y la propia Biblia para salir al mundo creado y dar gloria a Dios junto a los cielos, las aves y los árboles.

El respeto a la naturaleza ¿es un nuevo sacramento?

–Un elemento fundamental que hace posible la conversión ecológica tiene que ver con la recuperación de lo que podríamos llamar la sacramentalidad de la creación. El mundo entendido como lugar de revelación perdió fuerza con el racionalismo (algunos pensadores, como Max Weber, hablan de un proceso de desencantamiento). Si somos capaces de completar esa visión científica (tan positiva, por otro lado) del mundo con una visión sacramental, entonces podremos comprometernos con el cuidado de la casa común.

¿Necesitamos una nueva ética que desplace al utilitarismo?

–Tanto la ética civil filosófica como la religiosa están pensadas desde la proximidad (no robarás, no matarás… a quien tienes delante). Con la cuestión ecológica, la ética tiene que expandirse en el espacio y en el tiempo y esto es una novedad que exige de un cierto ejercicio de estiramiento de la imaginación. Quizás las éticas religiosas están en mejores condiciones para dar ese salto porque integran una conciencia intergeneracional que va más allá del aquí y el ahora.

“La ecología no puede analizarse sin tomar en consideración la dimensión ética, porque quienes pagan las consecuencias siempre son las personas más pobres y vulnerables”

Los cambios requieren de un tiempo que ya no tenemos.

–No es fácil hablar de conversión ecológica como algo que puede suceder repentinamente. Sabemos que la conversión, en el sentido clásico del término, es muy complicada porque tenemos muchas inercias y hábitos ya interiorizados. Cambiar nuestra visión del mundo y la manera de relacionarnos, adoptar ese modo más sobrio, no es una tarea nada sencilla por no hablar de cómo avanzar en una ética que tenga en consideración qué hacemos con el resto de formas de vida que no son estrictamente humanas.

¿Y vamos por el buen camino?

–Ahí tenemos un enorme desafío. Yo no tengo la solución, ni una fórmula mágica para ese proceso de conversión, simplemente señaló algunas pistas por las que creo que vamos a tener que pasar, de una manera u otra, y que son: la recuperación de la creación como lugar de revelación, una visión sacramental del mundo y una renovación de la ética que vaya más allá del marco estrecho en el que se ha movido hasta ahora.

A veces, la dificultad está en que la responsabilidad frente al deterioro ecológico se desdibuja.

–En muchos de estos procesos somos ambas cosas, somos víctimas y victimarios en la medida en que colaboramos consciente o inconscientemente. Es la consecuencia de decisiones y actos puntuales de millones de personas a lo largo de mucho tiempo que no asociamos a la ética, como encender la calefacción o desplazarnos. Solo cuando te alfabetizas ecológicamente, tomas conciencia del impacto que tienen.

La tarea nos sobrepasa y caemos en el desánimo.

–La depuración de aguas residuales o la recuperación del agujero de la capa de ozono son dos ejemplos de éxito. A veces, caemos en el pesimismo y pensamos que no hay nada que hacer y no siempre es así. El Protocolo de Montreal fue un éxito en la identificación de los CFCs que destruyen la capa de ozono. Se planteó una alternativa, se diseñó un protocolo, se financió y se reguló. Hoy se está recuperando la capa de ozono. Otro ejemplo: hace 50 años nuestros ríos eran cloacas donde se vertían todos los residuos y, sin embargo, hoy la calidad de las aguas ha mejorado. Podríamos ir poniendo más ejemplos.

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