El invierno recrudece a ojos vista en la Iglesia y en el planeta. Se comprende que cunda el desaliento, porque las amenazas aumentan y las fuerzas disminuyen. Pero no es tiempo para consumir energías en lamentos ni en querellas intraeclesiales.
Es tiempo de volver a lo nuclear del evangelio, de vivirlo y anunciarlo: la bienaventuranza de la bondad, la osadía para decir NO, la compasión sanadora, la superación de la lógica de la culpa y el castigo, el redescubrimiento de Dios como Bondad Radical, la eliminación de fronteras religiosas, la reinvención del lenguaje…
Es la hora de la fe en la pequeña semilla y en la levadura invisible. Es el momento de hermanar desánimos y perseverar, “dejando el pesimismo para tiempos mejores”. Es el momento de verificar que “donde aumenta la amenaza crece la salvación”. Como dijo el profeta Casaldáliga, “somos perdedores de una causa invencible”.