En la primavera de 2011 se hicieron valer entre nosotros varias circunstancias que explican el éxito del movimiento del 15 de mayo: la crisis general, los problemas en las universidades, el eco de la revuelta árabe, la celebración de unas elecciones singularmente tristes o, por dejarlo ahí, el trabajo de años de los movimientos sociales alternativos.

El movimiento naciente mostró, en origen, dos almas: la configurada por esos movimientos sociales que acabamos de mencionar y la articulada en torno a los jóvenes indignados. Esas dos almas se han vivificado razonablemente en los últimos meses, de la mano de lo que en muchos casos ha sido la superación de un discurso ciudadanista en provecho de otro cada vez más claramente anticapitalista.

El movimiento, que ha suscitado acosos varios desde las instancias de poder, arrastra problemas graves en lo que respecta ante todo a su escasa presencia en el mundo del trabajo y a su muy precaria actividad en el medio rural. Aun así, se configura como una inédita experiencia de asamblea y autogestión que abre horizontes inéditos entre nosotros.