Estamos ante una crisis de civilización, debido a nuestro proceso de colisión con la naturaleza. La raíz de nuestra insostenibilidad se encuentra en el paradigma dominante. Este considera a la especie humana, aparte, y dueña, de la naturaleza, la cual es percibida como hostil y caótica. Por ello identifica el progreso con su dominio mediante el desarrollo de la ciencia y la tecnología, impulsado por el mecanismo de mercado. Los cuales van a permitir resolver cualquier escasez de recursos, garantizando así un crecimiento ilimitado y un bienestar creciente.

Pero existen límites naturales al crecimiento ilimitado y algunos empiezan a resultar evidentes, como el cambio climático o el techo del petróleo. Estamos cerca del techo de extracciones de petróleo, el cual supone la quiebra del modelo energético actual y pone en cuestión el modelo económico dominante y el paradigma que lo legitima. Porque los modelos energéticos constituyen el basamento de las civilizaciones y el del nuestro lo forman los combustibles fósiles.

En consecuencia, la creación de una economía sostenible obliga a eliminar elementos centrales de la cultura dominante y sustituirlos por otros que reflejen la necesidad de una relación armónica con la naturaleza, idea que ha sido dominante en la mayor parte de las culturas precapitalistas. Por ello, en las décadas próximas la supervivencia dependerá de nuestra cultura, de nuestra habilidad para comprender los principios básicos de la ecología y de vivir de acuerdo con ellos.