España está en un momento de tránsito político, social y económico. El mapa está cambiando, a pesar de la resistencia de las élites políticas, económicas y mediáticas. Fue la ciudadanía la que dio la señal de alarma. No es casual que en 2011, con un mes de diferencia, se fundaran la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) y el 15-M. Desde objetivos y perspectivas muy distintas ambos reclamaban una nueva distribución del poder, una mejor representación y una reforma a fondo de las instituciones. Y, sobre todo, se rompía con la invisibilidad de las fracturas acumuladas en los últimos años. ¿Es posible que todo quede en nada y volvamos a la casilla de partida? Sería un gran desastre colectivo. La espectacularidad de la crisis territorial –secesión o independencia son palabras que imponen- ha dejado en segundo plano otros problemas de la máxima importancia. España sufre una crisis de régimen político. Pero también una crisis social profunda, con un nivel de desigualdad imponente. Y un desconcierto moral y cultural que deriva de la dificultad de asumir unos cambios tecnológicos y económicos que no gobernamos. Los problemas de España tienen singularidad y elementos específicos, pero en muchas cosas no son distintos de los del resto de Europa. Hay que conseguir que la ciudadanía recupere la palabra antes de que se la quiten para siempre. Ha empezado hacerse oír, se resisten a escucharla, hay que impedir que la devuelvan al silencio.