Las causas de la insostenibilidad de las sociedades actuales van más lejos de la adopción de un sistema económico inapropiado. Este sistema es un producto de nuestra civilización, de aspectos centrales de la cultura dominante. Esta civilización se considera, por primera vez en la historia de la humanidad, aparte y dueña de la naturaleza, a la que considera hostil y caótica. Esta visión se manifiesta en la idea de la ley de la selva. Por ello identifica el progreso con su dominio (eliminar su peligrosidad y ordenar el caos) mediante el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Así como en las décadas posteriores a la SGM se nos prometió energía ilimitada y a coste cero mediante el dominio del átomo, dentro de la campaña de átomos para la paz, ahora con la ingeniería genética, con la manipulación del código genético, nos prometen la desaparición del hambre, la superación de la enfermedad, el alargamiento extraordinario de la vida, etc.

Por el contrario, después de Darwin no podemos pretender que somos algo más que un primate evolucionado, un habitante de la Tierra y un miembro de su comunidad de vida. Nuestras necesidades son básicamente las mismas que las del resto de la creación. Necesitamos aire, agua y alimentos limpios, materiales para construir cobijos, energía, etc.

En consecuencia, la creación de una economía sostenible obliga a eliminar elementos centrales de la cultura dominante y sustituirlos por otros que reflejen la necesidad de una relación armónica con la naturaleza, idea que ha sido dominante en la mayor parte de las culturas precapitalistas. Por ello, en las décadas próximas la supervivencia dependerá de nuestra cultura, de nuestra habilidad para comprender los principios básicos de la ecología y de vivir de acuerdo con ellos.