Durante más de treinta años, los análisis sobre las culturas políticas de los españoles han presentado un relato optimista, basado en el éxito de nuestra transición política, la solidez y estabilidad de las nuevas instituciones democráticas, y la difusión de actitudes y valores sustancialmente similares a los de los países europeos de nuestro entorno. Se confiaba, además, en que las pequeñas particularidades del modo en que los españoles concebíamos nuestros vínculos cívicos y nuestra propia condición de ciudadanos –consecuencia directa de las cuatro décadas de dictadura- irían desapareciendo a medida que se fueran extendiendo los procesos de socialización política y la implicación en la esfera pública democrática.
Sin embargo, en los últimos años se han ido extendiendo diagnósticos que insisten en las limitaciones de la transición y en algunos problemas importantes que parecen haberse cerrado en falso. El estallido de la crisis económica, en la que todavía nos encontramos inmersos, parece haber acelerado una profunda crisis institucional que afecta también a los fundamentos culturales dela vida democrática. En cierto modo, se podría llegar a hablar incluso de un debilitamiento de los vínculos cívicos.
En este contexto, volver a retomar el argumento de la cultura política se torna especialmente relevante. Hablar de las culturas políticas de los ciudadanos –pero también de las de las élites políticas y de las instituciones democráticas- puede ayudarnos a comprender no solo ciertas singularidades de esta crisis, sino también algunas propuestas de resistencia y transformación que apuntan a una verdadera regeneración democrática.