Jabi Arakama Urtiaga: “El mayor privilegio de los hombres es poder mantenernos al margen del trabajo por la igualdad”

UNA ENTREVISTA DE ISIDORO PARRA / FOTOGRAFÍA OSKAR MONTERO 13.03.2022

Jabi Arakama analizó en el Foro Gogoa las desigualdades por cuestión de género en la sociedad actual y el papel que el modelo de masculinidad hegemónica juega en ellas.

PAMPLONA – Jabi Arakama es profesor de Educación Secundaria Obligatoria y desde hace más de diez años ha impartido formación sobre Igualdad y Masculinidades Igualitarias. Ha colaborado en la creación de diversos grupos de hombres por la Igualdad y ha sido tutor del programa de Coeducación Skolae del Gobierno de Navarra entre 2017 y 2019, lo que tuvo que interrumpir tras su elección como parlamentario foral por Geroa Bai.

¿Cuáles son los orígenes de la desigualdad entre hombres y mujeres?

–Hay un amplio consenso sobre la desigualdad estructural que existe entre hombres y mujeres en nuestra sociedad. El patriarcado ha sido el marco en el que se ha estructurado toda la sociedad, nos ha impuesto una serie de normas, de valores, que nos dividen a las personas en función de nuestro sexo, otorgando supremacía a los varones. A partir de unas diferencias ciertas, biológicas, el sistema ha convertido esas diferencias en discriminaciones contra las mujeres, las ha normalizado y naturalizado.

¿Cómo cree que se han puesto de manifiesto esas discriminaciones en el ámbito laboral?

–Las discriminaciones laborales tienen mucho que ver con la división sexual del trabajo, con que los hombres nos hayamos dedicado tradicionalmente al llamado trabajo productivo y las mujeres al trabajo reproductivo. Hace años que las mujeres se han ido incorporando al trabajo productivo, pero los hombres no lo hemos hecho en la misma medida en el caso del trabajo reproductivo. Detrás de esta escasa corresponsabilidad masculina se encuentran aspectos como la segunda y tercera jornada femenina, la brecha salarial o las pensiones.

¿Y las discriminaciones en el ámbito de lo social, de lo más personal?

–La última Encuesta Social y de Condiciones de Vida publicada por el NASTAT decía que las mujeres, de lunes a viernes, tienen 45 minutos menos al día de tiempo libre. El fin de semana, esa diferencia en tiempo para el ocio se amplía a 65 minutos a favor de los hombres.

Además de ello, es muy importante tener en cuenta el diferente prestigio de las actividades masculinizadas y feminizadas. Tanto en el ámbito del ocio como de la cultura o el deporte, lo “femenino” es percibido como menos relevante, y debemos terminar con esta situación de desvalorización informal, cotidiana, pero muy dañina.

¿Hasta dónde llega el impacto de la discriminación contra las mujeres?

–La expresión más brutal de la discriminación y la desigualdad es, sin duda, la violencia machista en cualquiera de sus formas. Aquí me quiero acordar de Sara Pina, asesinada hace dos meses en Tudela, de María Pilar Berrio, asesinada en 2021 en Murchante, y de todas las que faltan. Pero no podemos olvidar ninguno de los muchos tipos de violencia: física, psicológica, sexual, económica, simbólica… Nos preguntamos muchas veces cómo puede ser que siga habiendo violencia machista, también entre jóvenes. Creo que tenemos puestas muchas expectativas y esperanzas en la juventud, también bastantes exigencias, pero no sé si hemos puesto tantas herramientas como sería necesario. Se habla mucho del sistema educativo, y es cierto que puede hacer mucho (ahí está el programa de coeducación Skolae, que solo puedo alabar), pero es evidente que no va a ser suficiente y que hace falta una respuesta a nivel integral que incluya todos los espacios de socialización y un trabajo en torno a todas las características de la masculinidad hegemónica.

¿Cuáles son esas características?

–Una de las principales es la que tiene que ver con la conciencia de superioridad; desde muy txikis aprendemos a desvalorizar lo leído socialmente como “femenino”. Por eso, pronto aprendemos que “nenaza” o “marichica” son insultos, y también por eso desde ahí se deriva una homofobia rampante (consciente o inconsciente). Otro tema importante es el del autocontrol de las emociones, con una gestión emocional que muchas veces se limita a saber controlar los sentimientos, entre comillas negativos, asociados socialmente a la debilidad. La reacción habitual ante este tipo de sentimientos suele ser el silencio (“¿Qué te pasa?” – “Nada“) o la rabia. Pero la rabia tiene poco que ver con la frustración, el miedo, el agobio, la sensación de impotencia, la vergüenza… que quedan invisibilizadas. Otra característica es la exaltación de la agresividad física, de la fuerza, de la dominación, o la que tiene que ver con la sensación de omnipotencia, de invulnerabilidad… Por citar otra importante: algo que suele pasar bastante desapercibido, pero que cuando empiezas a verlo es imposible de ignorar, es el desmedido protagonismo que adquirimos en espacios mixtos, arrebatándoselo a quien nos rodea. Cuando eres consciente de ello, es inevitable dar un paso atrás.

¿Qué consecuencias tiene en los hombres ese modelo de masculinidad?

–Las consecuencias son muy variadas y por eso es fundamental acertar con la lectura que hagamos de las mismas. Es evidente que los hombres estamos en la cúspide del poder político, económico, etc. y ya hemos hablado brevemente de alguna de las muchas discriminaciones que sufren las mujeres por el hecho de serlo. Pero no podemos negar que sufrimos consecuencias negativas, aunque debemos ser cuidadosos en el análisis que hagamos de ellas. El fracaso escolar en nuestra sociedad es mayoritariamente masculino. El 75 % de las víctimas mortales en accidentes de tráfico son hombres, como casi un 80 % de las personas que se suicidan. En Ucrania, los hombres tienen obligación de permanecer en el país para defenderlo de la invasión rusa. La población carcelaria española está formada en un 92 % por hombres. El 90 % de las víctimas mortales de los homicidios son hombres; ojo, también lo son el 95 % de los victimarios. Todos estos, y otros muchos, son datos objetivos, pero están sujetos a interpretaciones distintas. Y ahí el neomachismo está siendo bastante hábil, tiene mucho poder, tiene mucha fuerza mediática y social y un caldo de cultivo donde le resulta relativamente sencillo hacerse oír. Por supuesto, obvia que estos datos no son consecuencia de una sociedad feminista, sino todo lo contrario, provienen de una sociedad patriarcal que nos impone a los hombres unos roles que hablan de deshumanización del prójimo, de una agresividad exacerbada, de una pésima gestión emocional, de un ensalzamiento de la violencia. Este neomachismo atribuye la culpa de estos datos a las políticas de Igualdad, al “lobby feminista”, al “lobby LGTBI”… Echa balones fuera, desde un discurso cómodo para quien quiera quedarse ahí, porque es un discurso que nos desresponsabiliza, incluso victimiza. Clara Serra propone politizar este malestar masculino en un sentido igualitario, emancipador, no reaccionario, y no puedo estar más de acuerdo. La igualdad real, a partir de desterrar todos esos valores y actitudes patriarcales, será la que termine con la violencia que sufrimos -y, mayoritariamente, ejercemos- los hombres.

¿Y qué me dice de los estigmas que soportamos?

–En la adolescencia, el principal estigma para los chicos es el del “maricón” y para las chicas el de la “puta”. Y tienen distintas implicaciones en la parte emocional o en cuanto al comportamiento público exigido. En nuestro caso, y siempre que nuestras relaciones sean heterosexuales, nos afecta sobre todo en lo referente a nuestra gestión de las emociones (no nos abrimos, no lloramos, evitamos el contacto físico con otros chicos…). Si somos homosexuales, nos espera un rol social más secundario, cuando no una marginación u opresión claras. En el caso de las chicas, el estigma de la puta tiene consecuencias más claras en la represión de su vida sexual.

¿Hemos mantenido relaciones igualitarias en algún aspecto de nuestra vida?

–A nivel individual, seguro que habrá quien las tenga. Como sociedad, desgraciadamente, no. Por ejemplo, hablemos de los cuidados, cada vez más reconocidos como básicos para el mantenimiento de la vida. En Navarra, las excedencias por cuidado de familiares en situación de dependencia están protagonizadas en casi un 80 % por mujeres; las mujeres también cogen el 91% de excedencias para cuidar a los hijos e hijas menores; qué decir de las reducciones de jornada… Los hombres nos hemos movilizado mucho a favor de la custodia compartida después de la separación (en 2020, un 40% de las separaciones la incluyeron) pero menos para garantizar cuidados compartidos, previos a la separación. Tenemos mucho que avanzar todavía en lo que concierne a la corresponsabilidad. Eso no quiere decir que no haya políticas que están funcionando bien, como los permisos de paternidad. En 2004, el 3% de los hombres se acogía a alguna semana de permiso de paternidad. Desde enero de 2021, los permisos son iguales e intransferibles y estamos por encima de un 90 %. Es un buen ejemplo de que las políticas públicas sí pueden tener resultados concretos, positivos. Eso sí, falta profundizar en los cuidados igualitarios tras ese permiso.

¿Qué podemos o debemos hacer, en nuestro día a día?

–Más allá de ese aumento de la corresponsabilidad en los hogares, a nivel micro tenemos que estar atentos a las interacciones cotidianas. Todos estamos sujetos a comentarios en múltiples situaciones: con la cuadrilla, en el trabajo, en los grupos de WhatsApp, en las redes sociales, en cenas familiares… con chistes que no son chistes, con piropos que no son piropos, con desvalorizaciones que pueden ser muy hirientes. Creo que aquí sí que nos corresponde dar un paso adelante para, en primer lugar, no ejercer esas opresiones cotidianas y, en segundo, denunciar cuando alguien cercano lo hace. Nos cuesta mucho romper con esa fratría masculina, esa hermandad en que nos constituimos tantas veces; nos cuesta ser un poco la persona que haga ese comentario incómodo… pero es necesario cambiar ese paradigma de falso colegueo. Alguien dijo que el mayor privilegio de los hombres es poder mantenernos al margen del trabajo por la igualdad, pero debemos salir de esa injusta comodidad. Tenemos que reflexionar muy en serio respecto del poder y los privilegios. A las mujeres se les insta a formarse respecto del empoderamiento, a hablar en público transmitiendo seguridad, a cuidar la expresión corporal, el tono… desde un acercamiento a las formas masculinas. Pero nosotros no nos sentimos impelidos a aprender sobre igualdad. Hay distintas maneras de hacerlo, con estudios de posgrado, charlas, documentales, conversaciones con compañeras feministas, libros, etc. Sin olvidar, por supuesto, los grupos de hombres por la igualdad.

¿Podría explicarnos un poco más en qué consisten esos grupos?

–En Navarra no son tan novedosos; en torno al año 1986 ya hay constancia de un grupo pro-igualitario en Iruña. Aunque no es fácil que los chicos nos sintamos concernidos como para entrar en un grupo de hombres para trabajar algo un poco etéreo como la masculinidad. Para mí no fue fácil tampoco; creo que me creía aquello del “espejismo de la igualdad”. Por suerte (y gracias a una buena amiga feminista) en el año 2008 me apunté a unas jornadas que había en Lakabe tituladas Las mujeres y el poder, los hombres y el amor. Y ahí me di, ciertamente, un golpe de realidad. Y vi muchas cosas a mejorar, no solo respecto de la opresión que yo ejercía sobre las mujeres; también identifiqué ciertos condicionamientos que estaba ejerciendo el patriarcado sobre mí, sin los que me siento más libre. No me parece baladí mencionar las dos. Más tarde, tuve la suerte de conocer el trabajo pionero del colectivo Alaiz, que durante varios años organizó una formación sobre nuevas masculinidades y feminidades. A raíz de ahí, distintos chicos nos empezamos a mover un poco más, creamos el grupo Gizonenea, conocimos a otros, como Kumaldi; empezamos a tejer relación con parte del movimiento feminista, con las técnicas de igualdad de los ayuntamientos y con el Gobierno de Navarra, a través del INAI.

¿Qué hacéis en estos grupos?

–Reflexionar de una manera teórica y vivencial en torno a todo lo que hemos venido comentando y a otros temas, como la paternidad, la sexualidad, cómo podemos generar relaciones igualitarias en nuestro día a día, los privilegios… En cuanto al cómo hacerlo, tiene que haber coherencia entre el mensaje, los objetivos y la forma. Muchas veces utilizamos los juegos o dinámicas de movimiento, para interactuar con las “barreras” bajadas, para huir de lo políticamente correcto y permitirnos que lo que aflore sea real, para poder trabajar sobre ello. Aunque no sea tan bonito.

La parte de mirada interior es fundamental, la que nos ocupa principalmente. Es un espacio más complejo que exige dosis importantes de autocrítica; también de generosidad, de compartir por parte de la gente que viene, en espacios agradables, sin juicio, donde la confidencialidad esté garantizada. Así, aprendemos a relacionarnos entre nosotros de otra manera, donde tengan cabida la ternura, la vulnerabilidad. Pero también tienen que ser espacios de incomodidad relativa, donde nos cuestionemos cosas. Es importante no perder de vista ese cuestionamiento y ese objetivo último de buscar la justicia social.

¿Qué es lo que más le ha aportado el camino que ha realizado?

–Sobre todo, ser capaz de establecer relaciones más profundas, más humanas, tanto con hombres como con mujeres. Relaciones menos atravesadas por los mandatos sociales y más centradas en el respeto mutuo y en las ganas de conocer realmente a la otra persona, sin estereotipos ni juicios.

Por último, si alguien que nos lee piensa que puede ser interesante asistir a un grupo de hombres igualitarios, ¿cómo puede contactar?

–En muchos ayuntamientos (sobre todo, en los mayores) y en el INAI nos conocen y tienen nuestro contacto. Además, recientemente hemos formado una asociación llamada Eraikiz, para estar más organizados y estructurados, aunque de momento solo tenemos un e-mail: info@colectivoeraikiz.org

La charla completa, vídeo, audio, texto y enlaces a documentos pueden seguirse en la web de Foro Gogoa (https://forogogoa.org/Newweb)

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